El día en que
Ruslana Korshunova se suicidó, el 28 de junio de 2008, me acuerdo de haber
confundido su cara con la de Milena Rojmonovic. Milena había sido mi compañera
durante los cinco años del secundario, y tenía ese look naïf -rubia de pelo largo
y ondas- muy oportuno para compensar lo que su indiscutible belleza volvía algo
intimidante. Era también alta y famélica, tenía una cintura del tamaño
del cuello de una camisa y por ahí algo más de lolas. Por eso el día en el que
me pareció leer que se había suicidado me sentí, para qué mentir,
ciertamente aliviada. Había algo de injusticia en su existencia. Sé
que no era su culpa, pero era imposible tenerla cerca y tener una vida, no digo
plena, pero siquiera satisfactoria.
Milena, además,
era un poco fácil, y, a pesar de que todas las compañeras del curso trataron
por todos los medios de que los tuviera, tenía pocos complejos. No había día en
que no se apareciera con una camisa demasiado abierta, o una remera suelta que
hacía notar que no traía corpiño. Se sentaba al fondo y lograba que todos los
pibes del curso estuvieran toda la hora tratando de darse vuelta para mirarla mientras
ella se daba el gusto de ignorarlos, atenta a la lectura de algún libro de
literatura o filosofía, que leía en su modesto rincón. Milena. En quinto año
creo que no se olvidó de seducir a nadie. Llegaba a las fiestas con sus
tacos chinos y la cara lavada, se pedía tres whiscolas y ya empezaba a colgarse
de todos los tipos que le salían al paso. No había compañero que no le hubiera
levantado la pollera dos o tres veces y alguno que otro había metido las manos
por debajo de la camisa. Y a pesar de todo eso Milena, no sé por qué extraña explicación, no era vulgar. Para nosotras la verdadera fiesta empezaba cuando ella se iba de
los brazos de alguno. Entonces nos íbamos a picotear las sobras.
Pero lo que a mí me dolió en todos esos años y lo que secretamente aún no puedo perdonarle, es que
se haya metido con mi vocación. Y es que una mina de estas características, ¿no
tenía que ser Top Model? ¿Viajar a París, a Nueva York, ganar en euros y en
dólares, y ser feliz y exitosa, del otro lado del trópico? ¿No tenía que competir en ese submundo donde todas son hermosas y
sufrir por no ser nunca la mejor de todas? ¿No le tocaba sufrir a otra escala
lo mismo que nosotras? Eso hubiese sido lo más justo. En cambio, eligió ser
escritora.
Me acuerdo del
día en que Flor, la única amiga que conservo de esa etapa, vino contentísima
con la noticia de que Milena se había anotado en Letras. Todas mis compañeras
se sintieron, de alguna manera, como yo el 28 de junio, es decir, aliviadas. No
iba a estudiar diseño de indumentaria, no iba a meterse en teatro, no iba a hacer
danza contemporánea ni maquillaje, en definitiva, no iba a representar un peligro
real. De pronto se había vuelto inofensiva. Eso y el paso del tiempo hicieron
que mis compañeras se fueran olvidando de todo el daño que habían tenido que
soportar y hasta la recordaran con cierto epidérmico cariño.
La única,
entonces, sobre la que recayó implacablemente la sombra de Milena Rojmonovic,
la única que había soñado con ser escritora y que no veía la hora de terminar
la escuela para estudiar Letras, era yo. Su sombra, desde ese momento, pasó a
ser una persecución personal. Me convencí de que la
carrera de Letras no me iba a proporcionar ninguna salida laboral y me anoté en
el Lenguas Vivas para traductorado de francés.
El 28 de junio,
después de leer bien la tapa algo y, para qué mentir, desilusionarme un poco, algo
que traté de tapar con un "pobre Ruslana Korshunova, qué injusto, esta
sociedad le corta las alas a los ángeles...", me sentí verdaderamente
miserable. Miserable porque no me había hecho cargo de mi vocación. Miserable
por no haber podido hacerle frente a la virtud ajena. Miserable por lo mezquina, e insatisfecha con
mi miseria.
Ordené un kilo de
helado, "para tener". El tipo del otro lado del tubo me reconoció la
voz y me preguntó si iba a pedir “lo de siempre” y sólo por eso cambié la
banana split por maracuyá. Pensé Este
tipo ya presupone que fui, soy y seré siempre la misma gorda, pensé, y puse
"Fake Plastic Trees". Quería que alguien creyera en mí. Una
hermana, una madre, un psicólogo, no sé, alguien que me alentara, “sí, María,
vos tenés que escribir, naciste para eso, vos podés, no sos como las demás,
tenés un talento, tenés que aprovecharlo”. No sé si el talento existe o si
aparece de tanto insistir en él. Con insistir me refiero a trabajar, a estar
dispuesta a hacer un esfuerzo para encontrar ese talento. Si tuviera alguien
que creyera en mí y me dijera “dale, hacelo y vas a ver”. Pero jugarse a ver
qué sale por la dudosa confianza que yo pueda depositar en mí misma, eso es
difícil.
Hoy, cuatro años
después, me echaron del trabajo y volví a pensar en ella. La busqué en
internet. Leí la entrevista que Página/12 le había hecho e hice una lista de
los autores que ella nombraba como influencias. Bajé su CV y me detuve en cada
una de las fotos del perfil público de su face. Volví a pedir un kilo de
helado. Del otro lado nadie me preguntó nada porque habían cambiado de empleado
y el tipo nuevo todavía no estaba al tanto de mis hábitos.
Lloré todo lo
necesario y después de descargar toda mi furia me senté en la computadora.
Quiero ser Milena Rojmonovic. Quiero su gracia, su manera de hablar, de
caminar, su novio, su profesión, su seguridad, su trabajo, su tono de voz, sus
contactos, sus amigos, sus palabras. Quiero su éxito, su sonrisa, su sentido
del humor. Quiero pesar lo mismo que ella y cogerme al mismo tipo, y después
prenderme el mismo cigarrillo, riéndome de los mismos chistes. Quiero sus uñas
pintadas de azul y su bolso haciendo juego con sus zapatos. Quiero esa manera
de combinar los colores, que quedan bien porque no combinan.
De alguna manera esta idea ridícula me hizo sentir un poco más animada. Mañana empiezo la dieta
-pensé- así que mejor que el helado me lo termine hoy.